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Apropiación-Restitución
y derecho a la identidad

Los pasos perdidos

La película presenta a Mónica, una maestra jardinera que vive en una ciudad de España adonde llegó cuando era pequeña. Inspirada en la vida de Juan Gelman, el film se centra en la conmoción de la protagonista ante la llegada de un conocido escritor argentino que le dice que es su nieta biológica, hija de su hijo y nuera desaparecidos durante la última dictadura. Si bien Mónica en principio confía en sus apropiadores, ciertas reminiscencias y recuerdos sobre su niñez van modificando su posición. En una escena la observamos sentada en el sillón del living de su casa junto a quienes cree que son sus padres, el apropiador le pregunta si recuerda la canción que más le gustaba cuando era chica y ella responde que han pasado muchos años, por lo que se ha olvidado. El otro insiste y Mónica se detiene un momento para hacer memoria. Cuando comienza a tararear una melodía, enseguida es corregida: ¿Pero qué cantas?, ¡No es esa!, y luego entonan juntos la canción a la que se referían: la Marcha a la bandera. Esta breve escena resignifica otra que pasa inadvertida, al comienzo del film, cuando todavía ruedan los créditos en la pantalla. Allí, nos encontramos a Mónica de bebé con una mujer que le sonríe mientras la baña con una esponja. La mujer, que entendemos es su madre biológica, le canta una canción que dice: Quién dirá que es sólo una, esa ruedita de la fortuna. De repente, se escucha de fondo un sonido disruptivo, como un estallido que interrumpe la canción. La secuencia lentamente comienza a volverse sombría, el plano se abre y vemos que el rostro de la madre se torna difuso, queda en sombras, luego notamos que de uno de sus brazos cae una gota de sangre que salpica los juguetes infantiles. Tras un plano de los ojos de la beba, Mónica se despierta de lo que nos enteramos entonces, era una pesadilla. Un rostro que no se deja ver, una herida y la perplejidad en la mirada. De alguna forma, el significante que resuena en la canción, ruedita de la fortuna, nos acerca a lo azaroso, a lo que excede lo calculado. Comprendemos que la melodía que tarareó la protagonista, la que hizo mella en su cuerpo, es la que le cantaba su madre. Esas inscripciones amorosas del Otro parental crearon las condiciones necesarias para que resuenen con el tiempo. Esos gestos que luego se presentan como pura diferencia, como extimidad, marcando la hiancia en la identidad. En ciertos casos, los gestos de amor, las inscripciones significantes como la canción de cuna, retornan de manera Unheimliche. Cuando esto sucede sabemos entonces que lo que estaba “destinado a permanecer en lo oculto, en estado latente, ha salido a la luz” (Freud, 1919, p. 241).

Con textos de:

       Los pasos -no- perdidos por: Lucía Amatriain

Película completa:

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