Fifteen Million Merits
Por Luis Gelly Cantilo
En un singular futuro distópico, la subjetividad queda reducida a un empuje al consumo y al trabajo alienado. Sometido a un estado de pasividad en el que se conjugan servidumbre y enajenación, el sujeto resulta degradado a una posición de objeto, toda afectividad impedida y el lazo al otro sustituido por la relación a la pantalla. Se es, o bien, un objeto-consumidor; o bien, pura fuerza de trabajo.
Un show televisivo ofrece una aparente oportunidad de salida. Para poder alcanzar esa chance se debe contar con la voluntad y los méritos suficientes (15 millones), y luego sobresalir mostrando alguna habilidad particular que fascine a los jueces Esperanza, Caridad y Fantasma.
Bing Madsen, protagonista del episodio, busca algo real entre las cosas, más allá del cotillón de este mundo virtual. Luego de un episodio de quiebre (causado por el fracaso de salvar a una compañera), Bing junta nuevos méritos y entra al show. Su rutina como animador deviene en un discurso improvisado frente a los jueces y la audiencia. Quiere hablar y que lo escuchen de verdad, más allá de la falsedad y el espectáculo. En sus palabras critica la esencia y las bases del mundo que lo rodea.
Como respuesta se le ofrece dirigir un show que lo tendrá a él como animador, en el que podrá continuar diciendo su verdad pero que se ubicará, paradojalmente, entre otros shows formando la lista de opciones a elegir por otros sujetos que continuarán trabajando.
El posible acto de liberación subjetivo y/o social queda así reabsorbido por el discurso y las prácticas de poder operantes. Todo parece quedar subsumido nuevamente en la pantalla, quizás la verdadera protagonista del episodio.
¿Su casa nueva, es acaso distinta a la anterior? Más espacio, claridad y belleza, por supuesto. Pero, ¿no son las ventanas en las que vemos un hermoso paisaje nuevas pantallas? Siguiendo la alegoría platónica, ¿no se ha salido de la caverna para entrar a otra?
¿Qué lugar para el sujeto, la verdad y el acto más allá de lo aparente?